Recuerdos de antaño.

Una mañana de verano, los rayos de sol iluminaban la casa y en el tendedero se filtraba la luz a trozos dejando el balcon con un peculiar estampado psicodelico. Con sus arrugadas manos comenzó a quitar una a una las pinzas, y colocar las prendas secas y rigidas encima de la silla de paja medio rota que tenía desde hace varios años. Escuchaba a los pajaros piar, y a los niños jugar alegremente en la calle, mientras el olor de las margaritas se filtraba por las cortinas de la ventana. Cuando y ya casi estaba terminando de recojer, quitó una pinza y un calcetin deshilachado cayó al suelo. Lo cojió y frunció el ceño, como si aquel calcetín medio roto le estubiese hablando. Entonces le vino a la cabeza todos sus recuerdos de antaño, su niñez en las calles, sin mas amigos que una muñeca de cabellos rubios y una pelota de lunares. Su juventud, y su rincón favorito en el mundo, aquel arbol en el campo de girasoles de su tio, el cual le daba cobijo y sombra las calurosas mañanas de verano junto con sus preciados libros de poesía, soñando que aquellos versos iban dedicados a ella. Hasta que pensó en su adultez, ya casi ancianidad,  y se dió cuenta de que la soledad era su amiga, y la unica amante de su vida habían sido todas y cada una de las palabras que había leido durante todos esos años. Agarró y apretó el calcetín con fuerza, y pensó que ella era un calcetín, un calcetín desparejo, medio roto y deshilachado, sin nadie con quien compartir el resto de sus dias. La anciana suspiró profunda y desoladamente y puso rumbo al salón, abrió un pequeño armario de madera de roble en el que guardaba sus utiles del hogar y sacó una cajita llena de agujas e hilo grueso, y empezó a tejer. Tejió hasta acabar derrotada y se puso en pie, y lo juntó con el otro, y tristemente cerró los ojos y se dio cuenta de que por primera vez había conseguido ver en dos calcetines como sería tener una otra mitad, y que si uno falta, el otro no sirve de nada. Así se sentía ella. Inservible.