jueves, 17 de julio de 2014

Mariquitas.

Y lo se, en el fondo lo se, se que no puedo salvarlas a todas. Es como entrar a una piscina llena de mariquitas despues de un largo dia de verano. Te metes dentro y las ves navegando a la deriva, sin rumbo fijo, y piensas en que alguna vez rebolotearon libres por el aire sin preocupaciones hasta que cayeron ahi para quedar atrapadas en el olvido. Intentas introducir las manos en la cristalina agua que las encierra, elevarlas y rezar para que al dejar a la mariquita en el suelo esta todavia no se haya ahogado, que no haya muerto y sea otra alma menos. Hay dos opciones, que este a tiempo de sobrevivir y consiga recuperarse, o que tras tanto tiempo de olvido entre la indiferencia la mariquita no consiga recuperarse, y nadie vuelva a hablar de ella. Algunas sobreviven. Otras perecen sin remedio. Y por no querer ver, no vemos que las mariquitas no son mariquitas si no amistades recuperadas u olvidadas, ahogadas en la piscina que es nuestra vida creada a base de lagrimas que nos ahogan poco a poco a nosotros mismos sin la capacidad de salir a la superficie y ver la luz del sol. Lo unico que hay que conseguir es salvar a todas las mariquitas posibles, y controlar el movimiento del agua para que consigan unicamente posarse en ella y beber agua, sin que se ahogen.

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